domingo, 20 de octubre de 2013

Caca de elefante - Mario Vargas Llosa



En Inglaterra, aunque usted no lo crea, todavía son posibles los escándalos artísticos. La muy respetable Royal Academy of the Arts, institución privada que se fundó en 1768 y que, en su galería de Mayfair suele presentar retrospectivas de grandes clásicos, o de modernos sacramentados por la crítica, protagoniza en estos días uno que hace las delicias de la prensa y de los filisteos que no pierden su tiempo en exposiciones. Pero, a ésta, gracias al escándalo, irán en masa, permitiendo de este modo -no hay bien que por mal no venga- que la pobre Royal Academy supere por algún tiempito más sus crónicos quebrantos económicos.

¿Fue con este objetivo en mente que organizó la muestra Sensación, con obras de jóvenes pintores y escultores británicos de la colección del publicista Charles Saatchi? Si fue así, bravo, éxito total. Es seguro que las masas acudirán a contemplar, aunque sea tapándose las narices, las obras del joven Chris Ofili, de 29 años, alumno del Royal College of Art, estrella de su generación según un crítico, que monta sus obras sobre bases de caca de elefante solidificada. No es por esta particularidad, sin embargo, por la que Chris Ofili ha llegado a los titulares de los tabloides, sino por su blasfema pieza Santa Virgen María, en la que la madre de Jesús aparece rodeada de fotos pornográficas.

No es este cuadro, sin embargo, el que ha generado más comentarios. El laurel se lo lleva el retrato de una famosa infanticida, Myra Hindley, que el astuto artista ha compuesto mediante la impostación de manos pueriles. Otra originalidad de la muestra resulta de la colaboración de Jack y Dinos Chapman; la obra se llama Aceleración Zygótica y, ¿cómo indica su título?, despliega a un abanico de niños andróginos cuyas caras son, en verdad, falos erectos. Ni qué decir que la infamante acusación de pedofilia ha sido proferida contra los inspirados autores.

Si la exposición es verdaderamente representativa de lo que estimula y preocupa a los jóvenes artistas en Gran Bretaña, hay que concluir que la obsesión genital encabeza su tabla de prioridades. Por ejemplo, Mat Collishaw ha perpetrado un óleo describiendo, en un primer plano gigante, el impacto de una bala en un cerebro humano; pero lo que el espectador ve, en realidad, es una vagina y una vulva. ¿Y qué decir del audaz ensamblador que ha atiborrado sus urnas de cristal con huesos humanos y, por lo visto, hasta residuos de un feto?

Lo notable del asunto no es que productos de esta catadura lleguen a deslizarse en las salas de exposiciones más ilustres, sino que haya gentes que todavía se sorprendan por ello. En lo que a mí se refiere, yo advertí que algo andaba podrido en el mundo del arte hace exactamente treinta y siete años, en París, cuando un buen amigo, escultor cubano, harto de que las galerías se negaran a exponer las espléndidas maderas que yo le veía trabajar de sol a sol en su chambre de bonne, decidió que el camino más seguro hacia el éxito en materia de arte, era llamar la atención. Y, dicho y hecho, produjo unas `esculturas' que consistían en pedazos de carne podrida, encerrados en cajas de vidrio, con moscas vivas revoloteando en torno. Unos parlantes aseguraban que el zumbido de las moscas resonara en todo el local como una amenaza terrífica. Triunfó, en efecto, pues hasta una estrella de la Radio-Televisión Francesa, Jean-Marie Drot, le dedicó un programa.

La más inesperada y truculenta consecuencia de la evolución del arte moderno y la miríada de experimentos que lo nutren es que ya no existe criterio objetivo alguno que permita calificar o descalificar una obra de arte, ni situarla dentro de una jerarquía, posibilidad que se fue eclipsando a partir de la revolución cubista y desapareció del todo con la no figuración. En la actualidad todo puede ser arte y nada lo es, según el soberano capricho de los espectadores, elevados, en razón del naufragio de todos los patrones estéticos, al nivel de árbitros y jueces que antaño detentaban sólo ciertos críticos.

El único criterio más o menos generalizado para las obras de arte en la actualidad no tiene nada de artístico; es el impuesto por un mercado intervenido y manipulado por mafias de galeristas y marchands y que de ninguna manera revela gustos y sensibilidades estéticas, sólo operaciones publicitarias, de relaciones públicas y en muchos casos simples atracos.

Hace más o menos un mes visité, por cuarta vez en mi vida (pero ésta será la última), la Bienal de Venecia. Estuve allí un par de horas, creo, y al salir advertí que a ni uno solo de todos los cuadros, esculturas y objetos que había visto, en la veintena de pabellones que recorrí, le hubiera abierto las puertas de mi casa, aunque me lo suplicaran de rodillas.

El espectáculo era tan aburrido, farsesco y desolador como la exposición de la Royal Academy, pero multiplicado por cien y con decenas de países representados en la patética mojiganga, donde, bajo la coartada de la modernidad, el experimento, la búsqueda de "nuevos medios de expresión", en verdad se documentaba la terrible orfandad de ideas, de cultura artística, de destreza artesanal, de autenticidad e integridad que caracteriza a buena parte del quehacer plástico en nuestros días.

Desde luego, hay excepciones. Pero, no es nada fácil dectectarlas, porque, a diferencia de lo que ocurre con la literatura, campo en el que todavía no se han desmoronado del todo los códigos estéticos que permiten identificar la originalidad, la novedad, el talento, la desenvoltura formal o la ramplonería y el fraude y donde existen aún -¿por cuánto tiempo más?- casas editoriales que mantienen unos criterios coherentes y de alto nivel, en el caso de la pintura es el sistema el que está podrido hasta los tuétanos, y muchas veces los artistas más dotados y auténticos no encuentran el camino del público por ser insobornables o simplemente ineptos para lidiar en la jungla deshonesta donde se deciden los éxitos y fracasos artísticos.

A pocas cuadras de la Royal Academy, en Trafalgar Square, en el pabellón moderno de la National Gallery, hay una pequeña exposición que debería ser obligatoria para todos los jóvenes de nuestros días que aspiran a pintar, esculpir, componer, escribir o filmar. Se llama Seurat y los bañistas y está dedicada al cuadro Los bañistas de Asniéres, uno de los dos más famosos que aquel artista pintó (el otro es Un domingo en La Grande Jatte), entre 1883 y 1884.

Aunque dedicó unos dos años de su vida a aquella extraordinaria tela, en los que, como se advierte en la muestra, hizo innumerables bocetos y estudios del conjunto y los detalles del cuadro, en verdad la exposición prueba que toda la vida de Seurat fue una lenta, terca, insomne, fanática preparación para llegar a alcanzar aquella perfección formal que plasmó en esas dos obras maestras.

En Los bañistas de Asniéres esa perfección nos maravilla -y, en cierto modo, abruma- en la quietud de las figuras que se asolean, bañan en el río, o contemplan el paisaje, bajo aquella luz cenital que parece estar disolviendo en brillos de espejismo el remoto puente, la locomotora que lo cruza y las chimeneas de Passy. Esa serenidad, ese equilibrio, esa armonía secreta entre el hombre y el agua, la nube y el velero, los atuendos y los remos, son, sí, la manifestación de un dominio absoluto del instrumento, del trazo de la línea y la administración de los colores, conquistado a través del esfuerzo; pero, todo ello denota también una concepción altísima, nobilísima, del arte de pintar, como fuente autosuficiente de placer y como realización del espíritu, que encuentra en su propio hacer la mejor recompensa, una vocación que en su ejercicio se justifica y ensalza. Cuando terminó este cuadro, Seurat tenía apenas 24 años, es decir, la edad promedio de esos jóvenes estridentes de la muestra Sensación de la Royal Academy; sólo vivió seis más. Su obra, brevísima, es uno de los faros artísticos del siglo XIX.

La admiración que ella nos despierta no deriva sólo de la pericia técnica, la minuciosa artesanía, que en ella se refleja. Anterior a todo eso y como sosteniéndolo y potenciándolo, hay una actitud, una ética, una manera de asumir la vocación en función de un ideal, sin las cuales es imposible que un creador llegue a romper los límites de una tradición y los extienda, como hizo Seurat. Esa manera de `elegirse artista' parece haberse perdido para siempre entre los jóvenes impacientes y cínicos de hoy que aspiran a tocar la gloria a como dé lugar, aunque sea empinándose en una montaña de mierda paquidérmica.


Mario Vargas Llosa, 1997.

 



 

Caca de elefante - Mario Vargas Llosa


En Inglaterra, aunque usted no lo crea, todavía son posibles los escándalos artísticos. La muy respetable Royal Academy of the Arts, institución privada que se fundó en 1768 y que, en su galería de Mayfair suele presentar retrospectivas de grandes clásicos, o de modernos sacramentados por la crítica, protagoniza en estos días uno que hace las delicias de la prensa y de los filisteos que no pierden su tiempo en exposiciones. Pero, a ésta, gracias al escándalo, irán en masa, permitiendo de este modo -no hay bien que por mal no venga- que la pobre Royal Academy supere por algún tiempito más sus crónicos quebrantos económicos.

¿Fue con este objetivo en mente que organizó la muestra Sensación, con obras de jóvenes pintores y escultores británicos de la colección del publicista Charles Saatchi? Si fue así, bravo, éxito total. Es seguro que las masas acudirán a contemplar, aunque sea tapándose las narices, las obras del joven Chris Ofili, de 29 años, alumno del Royal College of Art, estrella de su generación según un crítico, que monta sus obras sobre bases de caca de elefante solidificada. No es por esta particularidad, sin embargo, por la que Chris Ofili ha llegado a los titulares de los tabloides, sino por su blasfema pieza Santa Virgen María, en la que la madre de Jesús aparece rodeada de fotos pornográficas.

No es este cuadro, sin embargo, el que ha generado más comentarios. El laurel se lo lleva el retrato de una famosa infanticida, Myra Hindley, que el astuto artista ha compuesto mediante la impostación de manos pueriles. Otra originalidad de la muestra resulta de la colaboración de Jack y Dinos Chapman; la obra se llama Aceleración Zygótica y, ¿cómo indica su título?, despliega a un abanico de niños andróginos cuyas caras son, en verdad, falos erectos. Ni qué decir que la infamante acusación de pedofilia ha sido proferida contra los inspirados autores.

Si la exposición es verdaderamente representativa de lo que estimula y preocupa a los jóvenes artistas en Gran Bretaña, hay que concluir que la obsesión genital encabeza su tabla de prioridades. Por ejemplo, Mat Collishaw ha perpetrado un óleo describiendo, en un primer plano gigante, el impacto de una bala en un cerebro humano; pero lo que el espectador ve, en realidad, es una vagina y una vulva. ¿Y qué decir del audaz ensamblador que ha atiborrado sus urnas de cristal con huesos humanos y, por lo visto, hasta residuos de un feto?

Lo notable del asunto no es que productos de esta catadura lleguen a deslizarse en las salas de exposiciones más ilustres, sino que haya gentes que todavía se sorprendan por ello. En lo que a mí se refiere, yo advertí que algo andaba podrido en el mundo del arte hace exactamente treinta y siete años, en París, cuando un buen amigo, escultor cubano, harto de que las galerías se negaran a exponer las espléndidas maderas que yo le veía trabajar de sol a sol en su chambre de bonne, decidió que el camino más seguro hacia el éxito en materia de arte, era llamar la atención. Y, dicho y hecho, produjo unas `esculturas' que consistían en pedazos de carne podrida, encerrados en cajas de vidrio, con moscas vivas revoloteando en torno. Unos parlantes aseguraban que el zumbido de las moscas resonara en todo el local como una amenaza terrífica. Triunfó, en efecto, pues hasta una estrella de la Radio-Televisión Francesa, Jean-Marie Drot, le dedicó un programa.

La más inesperada y truculenta consecuencia de la evolución del arte moderno y la miríada de experimentos que lo nutren es que ya no existe criterio objetivo alguno que permita calificar o descalificar una obra de arte, ni situarla dentro de una jerarquía, posibilidad que se fue eclipsando a partir de la revolución cubista y desapareció del todo con la no figuración. En la actualidad todo puede ser arte y nada lo es, según el soberano capricho de los espectadores, elevados, en razón del naufragio de todos los patrones estéticos, al nivel de árbitros y jueces que antaño detentaban sólo ciertos críticos.

El único criterio más o menos generalizado para las obras de arte en la actualidad no tiene nada de artístico; es el impuesto por un mercado intervenido y manipulado por mafias de galeristas y marchands y que de ninguna manera revela gustos y sensibilidades estéticas, sólo operaciones publicitarias, de relaciones públicas y en muchos casos simples atracos.

Hace más o menos un mes visité, por cuarta vez en mi vida (pero ésta será la última), la Bienal de Venecia. Estuve allí un par de horas, creo, y al salir advertí que a ni uno solo de todos los cuadros, esculturas y objetos que había visto, en la veintena de pabellones que recorrí, le hubiera abierto las puertas de mi casa, aunque me lo suplicaran de rodillas.

El espectáculo era tan aburrido, farsesco y desolador como la exposición de la Royal Academy, pero multiplicado por cien y con decenas de países representados en la patética mojiganga, donde, bajo la coartada de la modernidad, el experimento, la búsqueda de "nuevos medios de expresión", en verdad se documentaba la terrible orfandad de ideas, de cultura artística, de destreza artesanal, de autenticidad e integridad que caracteriza a buena parte del quehacer plástico en nuestros días.

Desde luego, hay excepciones. Pero, no es nada fácil dectectarlas, porque, a diferencia de lo que ocurre con la literatura, campo en el que todavía no se han desmoronado del todo los códigos estéticos que permiten identificar la originalidad, la novedad, el talento, la desenvoltura formal o la ramplonería y el fraude y donde existen aún -¿por cuánto tiempo más?- casas editoriales que mantienen unos criterios coherentes y de alto nivel, en el caso de la pintura es el sistema el que está podrido hasta los tuétanos, y muchas veces los artistas más dotados y auténticos no encuentran el camino del público por ser insobornables o simplemente ineptos para lidiar en la jungla deshonesta donde se deciden los éxitos y fracasos artísticos.

A pocas cuadras de la Royal Academy, en Trafalgar Square, en el pabellón moderno de la National Gallery, hay una pequeña exposición que debería ser obligatoria para todos los jóvenes de nuestros días que aspiran a pintar, esculpir, componer, escribir o filmar. Se llama Seurat y los bañistas y está dedicada al cuadro Los bañistas de Asniéres, uno de los dos más famosos que aquel artista pintó (el otro es Un domingo en La Grande Jatte), entre 1883 y 1884.

Aunque dedicó unos dos años de su vida a aquella extraordinaria tela, en los que, como se advierte en la muestra, hizo innumerables bocetos y estudios del conjunto y los detalles del cuadro, en verdad la exposición prueba que toda la vida de Seurat fue una lenta, terca, insomne, fanática preparación para llegar a alcanzar aquella perfección formal que plasmó en esas dos obras maestras.

En Los bañistas de Asniéres esa perfección nos maravilla -y, en cierto modo, abruma- en la quietud de las figuras que se asolean, bañan en el río, o contemplan el paisaje, bajo aquella luz cenital que parece estar disolviendo en brillos de espejismo el remoto puente, la locomotora que lo cruza y las chimeneas de Passy. Esa serenidad, ese equilibrio, esa armonía secreta entre el hombre y el agua, la nube y el velero, los atuendos y los remos, son, sí, la manifestación de un dominio absoluto del instrumento, del trazo de la línea y la administración de los colores, conquistado a través del esfuerzo; pero, todo ello denota también una concepción altísima, nobilísima, del arte de pintar, como fuente autosuficiente de placer y como realización del espíritu, que encuentra en su propio hacer la mejor recompensa, una vocación que en su ejercicio se justifica y ensalza. Cuando terminó este cuadro, Seurat tenía apenas 24 años, es decir, la edad promedio de esos jóvenes estridentes de la muestra Sensación de la Royal Academy; sólo vivió seis más. Su obra, brevísima, es uno de los faros artísticos del siglo XIX.

La admiración que ella nos despierta no deriva sólo de la pericia técnica, la minuciosa artesanía, que en ella se refleja. Anterior a todo eso y como sosteniéndolo y potenciándolo, hay una actitud, una ética, una manera de asumir la vocación en función de un ideal, sin las cuales es imposible que un creador llegue a romper los límites de una tradición y los extienda, como hizo Seurat. Esa manera de `elegirse artista' parece haberse perdido para siempre entre los jóvenes impacientes y cínicos de hoy que aspiran a tocar la gloria a como dé lugar, aunque sea empinándose en una montaña de mierda paquidérmica.


Mario Vargas Llosa, 1997.

 



 

martes, 27 de agosto de 2013

Proyecto Vik

 

Como lo expuse en la primera publicación de este blog (“Confesiones de un inútil" - marzo de 2013) las obras por pedido dentro del ámbito de las artes plásticas han sido en el transcurso del siglo XX y en lo que va del siglo XXI, una rarísima excepción.

Las razones que han llevado a la ruptura de la obra por pedido, una práctica tan natural en la historia del arte, anterior al siglo XX son sin duda vastísimas y probablemente inabarcables.

En la primera publicación de este blog, que ya he mencionado, apuesto a una posible razón de esta escisión entre el artista y su natural inserción social, sin embargo, si bien visualizo el problema no encuentro una posible solución para revertir esta situación y es probable que ya no la haya.

Dentro de este panorama de destierro social que padece el artista, como dije antes, hay rarísimas excepciones, el proyecto Hotel Estancia Vik ha sido una de ellas.

A finales del año 2007 fui convocado por Enrique Badaró para la decoración de una de las doce suites de dicho hotel.

Los otros artistas que participaron en la decoración de las otras suites y de los espacios interiores y exteriores del hotel fueron: Carlos Musso, Carlos Seveso, Carlos Barea, Alejandro Turell, José Trujillo, Lacy Duarte, Eduardo Cardozo, Marcelo Legrand, Enrique Badaró, José Pelayo, Roberto Piriz, Clever Lara, Pablo Atchugarry y Ricardo Pascale.

El proyecto de realización estuvo a cargo del arquitecto Marcelo Daglio y evocaba un tradicional casco de estancia aunado a una sofisticada arquitectura contemporánea. El lugar de emplazamiento fue la zona rural del balneario José Ignacio frente a la laguna del mismo nombre.

Por ese entonces el proyecto estaba en su etapa inicial y solo estaban construidos los pilares del futuro edificio, la inauguración del mismo estaba planeada para diciembre de 2008.

La propuesta para la decoración de las suites fue que los trabajos realizados estuvieran en función del espacio asignado y que estuvieran vinculados por un nexo conceptual.

En enero de 2008 recibí los planos de la estancia y el de la habitación que me había sido asignada, esto implicaba cierta dificultad ya que no era posible acceder al espacio real, el cual como dije antes no estaba aún construido y exigía un ejercicio bastante complejo para imaginar la espacialidad y la luz de la habitación que debería tener una íntima relación con los trabajos realizados.

Después de realizar una pequeña maqueta y ver la relación del área de la habitación con la altura de las paredes y las aberturas, comencé a realizar bocetos para determinar el tamaño de las obras y el nexo conceptual que las vincularía.

En las primeras reuniones que tuve con Enrique Badaró y el arquitecto Marcelo Daglio ambos insistían en que cada habitación debía tener un espíritu particular, dado por las obras en su conjunto, por el color de las paredes y el mobiliario que debía ser elegido por el artista.

Después de dedicar algunos días a los bocetos decidí que el tema elegído, el elemento unificador sería las horas del día, percibidas en los cambios visuales e inevitablemente anímicos.

El espacio en el que se inscribirían las obras estaba concebido para el solaz, para el sosiego, por lo tanto las obras no deberían tener un carácter imperante o agresivo ni en su temática ni en su ejecución.

La resultante fueron un políptico de 1.50 X 6.30 mts. compuesto por cuatro paneles y ubicado en la pared norte, el mismo recreaba un paisaje cercano a la Estancia en dónde cada panel expresaba cuatro momentos del día: amanecer, mediodía, atardecer y noche.

La pared oeste tendría un políptico escalonado con módulos de 0.50 X 0.50 mts. cuyo desarrollo total sería de 2.50 mts. compuesto por imágenes de flora y fauna uruguaya.

En la pared sur iría un cielo de 1.60 X 2.60 mts. y en el encuentro de la pared sur con la este, sobre la estufa de la habitación, una escultura en bajorrelieve de una figura dormida de 1.50 X 1.00 mts.

Para el techo pinté un pequeño retrato en forma de tondo de unos 0.40 mts. de diámetro que se inscribiría en el centro de un vidrio de 1.50 mts. de diámetro el cual estaría grabado con un diseño ornamental que aludía a una rosa de los vientos, la idea era que el retrato estuviera iluminado en toda su circunferencia y que la luz al atravesar el vidrio proyectara el diseño ornamental sobre la habitación. Este último trabajo no se concretó por dificultades técnicas según se me explicó y el retrato central terminó colgado frente a la bañera, sin duda una infeliz solución.

El proyecto Vik (nombre de su propietario Alexander Vik) fue como toda obra ambiciosa y de profunda complejidad un proyecto inconcluso. Destacaría dos hechos que a mi entender eran de gran relevancia cultural. El primero un libro que escribiría Hugo Atchugar sobre las obras realizadas y una crónica histórica del lugar en donde se construyó el hotel, y el segundo, un documental sobre el proceso de realización de dicho hotel con entrevistas a quienes lo idearon, lo construyeron y lo decoraron, este documental fue filmado por Álvaro Zinno en su totalidad, faltando sólo su edición.

No obstante, el proyecto Vik, a pesar de estas omisiones y otras tantas que seguro desconozco, fue un logro enorme que nucleó arquitectos, albañiles, herreros, carpinteros, electricístas, dibujantes, pintores, escultores, escritores y fotógrafos, una pequeña Babel de cuyo caos surgió, más que un hotel, un hecho cultural aún no dimensionado.

Resulta curioso y penoso que el mismo haya pasado sin pena ni gloria. No hubo ni una sola crónica por parte de la crítica y solo merecíó alguna banal nota en revistas consagradas a encuentros sociales poniendo énfasis en su importancia turística.

En lo personal haber participado de este proyecto junto a artistas que tanto respeto y admiro me ha honrado y dejado más que satisfecho y si bien me preguntara, como habitualmente lo hago, sí hoy hubiera resuelto mi trabajo de otra forma, la respuesta sería sí, pero me gratifica y tranquiliza saber que realicé mi trabajo respondiendo fielmente a las convicciones de ese momento, pero eso ya es otra historia.

A continuación publico algunas imágenes que muestran el proceso de trabajo personal y de mis compañeros de ruta.

 

 

Las siguientes imágenes muestran el proceso del proyecto “Las Horas"

 

Maqueta de la pared norte

Maqueta de la pared sur

 

Maqueta de la pared oeste

 

Estudio para el plafón del techo

 

Proceso de bajorrelieve para la pared este

Proceso de bajorrelieve para la pared este

 

Boceto para bajorrelieve

 

Boceto para bajorrelieve

 

Boceto para bajorrelieve

 

Comienzo del políptico de la pared norte

 

Comienzo del políptico de la pared norte


Proceso del políptico de la pared norte

 

Políptico de la pared norte terminado

 

Proceso de pintura de la pared sur

 

Detalle de pintura de la pared sur

 

Fragmento de la habitación terminada

 

Las siguientes imágenes muestran los trabajos de los artistas que trabajaron en el proyecto Vik. La ausencia de algunos no obedece a un juicio de valor sino a la falta de un relevamiento fotográfico completo de dicho proyecto.

 

 

Carlos Musso

 

 



Carlos Barea

 



Enrique Badaró

 



José Pelayo

 



Clever Lara

 

 

 



Lacy Duarte

 

 



Marcelo Legrand

 

 



Vídeos sobre Hotel Estancia Vik

 

 

Proyecto Vik

 

Como lo expuse en la primera publicación de este blog (“Confesiones de un inútil" - marzo de 2013) las obras por pedido dentro del ámbito de las artes plásticas han sido en el transcurso del siglo XX y en lo que va del siglo XXI, una rarísima excepción.

Las razones que han llevado a la ruptura de la obra por pedido, una práctica tan natural en la historia del arte, anterior al siglo XX son sin duda vastísimas y probablemente inabarcables.

En la primera publicación de este blog, que ya he mencionado, apuesto a una posible razón de esta escisión entre el artista y su natural inserción social, sin embargo, si bien visualizo el problema no encuentro una posible solución para revertir esta situación y es probable que ya no la haya.

Dentro de este panorama de destierro social que padece el artista, como dije antes, hay rarísimas excepciones, el proyecto Hotel Estancia Vik ha sido una de ellas.

A finales del año 2007 fui convocado por Enrique Badaró para la decoración de una de las doce suites de dicho hotel.

Los otros artistas que participaron en la decoración de las otras suites y de los espacios interiores y exteriores del hotel fueron: Carlos Musso, Carlos Seveso, Carlos Barea, Alejandro Turell, José Trujillo, Lacy Duarte, Eduardo Cardozo, Marcelo Legrand, Enrique Badaró, José Pelayo, Roberto Piriz, Clever Lara, Pablo Atchugarry y Ricardo Pascale.

El proyecto de realización estuvo a cargo del arquitecto Marcelo Daglio y evocaba un tradicional casco de estancia aunado a una sofisticada arquitectura contemporánea. El lugar de emplazamiento fue la zona rural del balneario José Ignacio frente a la laguna del mismo nombre.

Por ese entonces el proyecto estaba en su etapa inicial y solo estaban construidos los pilares del futuro edificio, la inauguración del mismo estaba planeada para diciembre de 2008.

La propuesta para la decoración de las suites fue que los trabajos realizados estuvieran en función del espacio asignado y que estuvieran vinculados por un nexo conceptual.

En enero de 2008 recibí los planos de la estancia y el de la habitación que me había sido asignada, esto implicaba cierta dificultad ya que no era posible acceder al espacio real, el cual como dije antes no estaba aún construido y exigía un ejercicio bastante complejo para imaginar la espacialidad y la luz de la habitación que debería tener una íntima relación con los trabajos realizados.

Después de realizar una pequeña maqueta y ver la relación del área de la habitación con la altura de las paredes y las aberturas, comencé a realizar bocetos para determinar el tamaño de las obras y el nexo conceptual que las vincularía.

En las primeras reuniones que tuve con Enrique Badaró y el arquitecto Marcelo Daglio ambos insistían en que cada habitación debía tener un espíritu particular, dado por las obras en su conjunto, por el color de las paredes y el mobiliario que debía ser elegido por el artista.

Después de dedicar algunos días a los bocetos decidí que el tema elegído, el elemento unificador sería las horas del día, percibidas en los cambios visuales e inevitablemente anímicos.

El espacio en el que se inscribirían las obras estaba concebido para el solaz, para el sosiego, por lo tanto las obras no deberían tener un carácter imperante o agresivo ni en su temática ni en su ejecución.

La resultante fueron un políptico de 1.50 X 6.30 mts. compuesto por cuatro paneles y ubicado en la pared norte, el mismo recreaba un paisaje cercano a la Estancia en dónde cada panel expresaba cuatro momentos del día: amanecer, mediodía, atardecer y noche.

La pared oeste tendría un políptico escalonado con módulos de 0.50 X 0.50 mts. cuyo desarrollo total sería de 2.50 mts. compuesto por imágenes de flora y fauna uruguaya.

En la pared sur iría un cielo de 1.60 X 2.60 mts. y en el encuentro de la pared sur con la este, sobre la estufa de la habitación, una escultura en bajorrelieve de una figura dormida de 1.50 X 1.00 mts.

Para el techo pinté un pequeño retrato en forma de tondo de unos 0.40 mts. de diámetro que se inscribiría en el centro de un vidrio de 1.50 mts. de diámetro el cual estaría grabado con un diseño ornamental que aludía a una rosa de los vientos, la idea era que el retrato estuviera iluminado en toda su circunferencia y que la luz al atravesar el vidrio proyectara el diseño ornamental sobre la habitación. Este último trabajo no se concretó por dificultades técnicas según se me explicó y el retrato central terminó colgado frente a la bañera, sin duda una infeliz solución.

El proyecto Vik (nombre de su propietario Alexander Vik) fue como toda obra ambiciosa y de profunda complejidad un proyecto inconcluso. Destacaría dos hechos que a mi entender eran de gran relevancia cultural. El primero un libro que escribiría Hugo Atchugar sobre las obras realizadas y una crónica histórica del lugar en donde se construyó el hotel, y el segundo, un documental sobre el proceso de realización de dicho hotel con entrevistas a quienes lo idearon, lo construyeron y lo decoraron, este documental fue filmado por Álvaro Zinno en su totalidad, faltando sólo su edición.

No obstante, el proyecto Vik, a pesar de estas omisiones y otras tantas que seguro desconozco, fue un logro enorme que nucleó arquitectos, albañiles, herreros, carpinteros, electricístas, dibujantes, pintores, escultores, escritores y fotógrafos, una pequeña Babel de cuyo caos surgió, más que un hotel, un hecho cultural aún no dimensionado.

Resulta curioso y penoso que el mismo haya pasado sin pena ni gloria. No hubo ni una sola crónica por parte de la crítica y solo merecíó alguna banal nota en revistas consagradas a encuentros sociales poniendo énfasis en su importancia turística.

En lo personal haber participado de este proyecto junto a artistas que tanto respeto y admiro me ha honrado y dejado más que satisfecho y si bien me preguntara, como habitualmente lo hago, sí hoy hubiera resuelto mi trabajo de otra forma, la respuesta sería sí, pero me gratifica y tranquiliza saber que realicé mi trabajo respondiendo fielmente a las convicciones de ese momento, pero eso ya es otra historia.

A continuación publico algunas imágenes que muestran el proceso de trabajo personal y de mis compañeros de ruta.

 

 

Las siguientes imágenes muestran el proceso del proyecto “Las Horas"

 

Maqueta de la pared norte

Maqueta de la pared sur

 

Maqueta de la pared oeste

 

Estudio para el plafón del techo

 

Proceso de bajorrelieve para la pared este

Proceso de bajorrelieve para la pared este

 

Boceto para bajorrelieve

 

Boceto para bajorrelieve

 

Boceto para bajorrelieve

 

Comienzo del políptico de la pared norte

 

Comienzo del políptico de la pared norte


Proceso del políptico de la pared norte

 

Políptico de la pared norte terminado

 

Proceso de pintura de la pared sur

 

Detalle de pintura de la pared sur

 

Fragmento de la habitación terminada

 

Las siguientes imágenes muestran los trabajos de los artistas que trabajaron en el proyecto Vik. La ausencia de algunos no obedece a un juicio de valor sino a la falta de un relevamiento fotográfico completo de dicho proyecto.

 

 

Carlos Musso

 

 



Carlos Barea

 



Enrique Badaró

 



José Pelayo

 



Clever Lara

 

 

 



Lacy Duarte

 

 



Marcelo Legrand

 

 



Vídeos sobre Hotel Estancia Vik